sábado, 6 de octubre de 2012

"Algo bueno está pasando"

Llegué el 3 de octubre a mi hermosa Venezuela. La emoción de ver a mi familia, en conjunto con esta energía renovada que se respira en las esquinas de Caracas me tiene muy atontada. Atontada en el mejor sentido de la palabra... si es que puede haber un buen sentido de la palabra atontada. 

Ya venía yo viendo muchas sonrisas en la gente, muchas frases políticas escapándosele de las bocas a todos y todas. Mucho rollo mediático, cancioncitas en el aire, pancartas por doquier, pero hoy, ¡ay hoy! explotó en alegría no solamente la zona de Caracas donde vivo, Bello Monte, sino además muchísimas otras zonas de la maravillosa capital y de Venezuela en general. Los sonidos, frases como "... algo bueno está pasando" (perteneciente a la canción representante de la oposición: Hay un camino) y un tímido estribillo que reza algo más o menos así: "... con Chávez corazón del pueblo" (con corazoncitos pintados con las manos, después de haberle entregado armas a un montonazo de personas no capacitadas para manipularlas), se entrechocan y producen confusión y encanto, todo junto. Todo junto porque la timidez prontamente se ve opacada por la algarabía y los vítores representando al verdadero pueblo que después de catorce años no se aguanta un atropello ni una subestimación más. Pues sí se caceroleó con ganas en Caracas hoy 6 de octubre, un día previo al evento que decidirá el rumbo de un país que pudiera haberse convertido en potencia latinoamericana muchos años atrás. Y este cacerolazo, por primera vez, no fue de enojo, no fue de rabia, no fue de inconformidad. Este cacerolazo se sintió distinto: se sintió alegre, musical, magnífico. 

Sin importar los resultados, el verdadero pueblo (no la "clase media" como insisten llamar a los caceroleadores de hoy, no "la oligarquía", no los "pitiyanquis", no los "majunches", no los "disociados", no los "necrofílicos" y una enorme lista de adjetivos descalificadores y vulgares que opacarían mi página creada a través de teclas sudorosas, producto de manos temblorosas y dedos hinchados de la emoción de hace unos momentos atrás), hace sentir su voz, su esperanza, su energía, su alegría, previo a un día que pintaba ser de incertidumbre y miedo. Sí podemos. Sí podemos hacer, sí podemos lograr, sí podemos cambiar. 

Más allá de consignas políticas que benefician al opositor, más allá de frases hechas sacadas de contexto y utilizadas al antojo de grupitos y grupotes, más allá de cacerolas, quejas, llanto, odio y demás emociones bajas, vivir hoy al vecino, a la vecina, a los más pequeños, a los más ancianos, escuchar las músicas que siguen sonando desde los balcones de mi imponente ciudad, bajo un cielo lluvioso e incierto, pero maravilloso, hoy me siento orgullosa, hoy reivindico mi identidad como venezolana y como ser humano. Humana porque siento, porque percibo, porque me angustio, porque me entristezco, porque me inflo de risas y exploto desde la ventana junto a mi olla, mi garganta, mi familia, mi vecino, nuestra música, nuestra expectativa, nuestra mente, nuestro corazón. 

El poder concentrado en una sola mano más de 6 años empieza a corromper a quien lo posee (nosotros ya pasamos hasta el doble de esa cantidad que parece ser la más sensata para completar obras y cubrir algunas de las necesidades más importantes de un pueblo). Venezuela necesita a otro empleado público que la represente de forma digna internacionalmente y que trabaje al servicio de ella, haciéndola crecer realmente, no a un ser que se cree un rey y que manipula cuando y como quiere a lo que él cree que son sus súbditos porque tiene bastante dinero bajo la manga; dinero que, dicho sea de paso, no le pertenece. Hoy vivo la emoción, mañana vivo la expectativa, pasado vivo el cambio. Y mis compatriotas, mis camaradas, mis bolivarianos, MIS VENEZOLANOS... también. Mi bandera tiene tres colores, no uno... ¡Qué viva Venezuela, caracha negra!