jueves, 20 de diciembre de 2012

Para Jacinta, con cariño

Atención Jacinta Gutiérrez. Trabajadora social, departamento de atención al ciudadano.

Crónica de una petición no exagerada.

Pensé, pienso.
Participo, comunico.
No pensé, no pienso, no participé, no comuniqué.
¿Qué diría mi padre si viviera?, ¿qué dijo mi hermana cuando ella le contó?
Hace cinco años, conmemorando el día de hoy, definitivamente fue un día fuera de lo común, un día que me gustó mucho y que no quisiera que se repitiera jamás, porque hay días que son únicos y no deben repetirse nunca. Estuve esperándolo para preparar la cena, como siempre, y comer juntos. Él siempre llega hambriento del trabajo, yo no tanto, porque hago muchas meriendas. Él siempre pregunta cómo hago para que me rinda el dinero con tantas meriendas. Yo le respondo que voy al mercado y compro un saco de naranjas cada semana, ríe.

- “Las naranjas te harán redondearte” - dice. Río yo.

Comemos. Él me ayuda a picar la cebolla, sabe que no me gusta hacerlo. Aunque sí me gusta comerla, luego que está en trocitos muy pequeños. La comida no nos queda muy buena esta vez, ambos nos miramos con cara de hambre y acordamos en pedir una pizza. La pizzería de la esquina de nuestra calle es costosa, pero siempre ha sido muy buena. No comía mucha pizza antes de conocerlo, pero como a él le gusta tanto ahora ya me acostumbré y hasta la extraño cuando pasamos más de tres días sin comer alguna. La pizza está rica, “- menos mal”, dijo él y ambos nos miramos a los ojos. Luego me levanto a lavar los platos y él se acerca, me toma de la cintura y me besa en la nuca. Un escalofrío recorre mi cuerpo y siento una enorme sensación de paz. Hacía tiempo que no me besaba con tanta ternura, pienso. Me ayuda a secar los platos y dice que tiene que darme algo importante. Sonrío. Siempre que se pone así, circunspecto, disimula más bien algún regalo que me dará posteriormente. Yo lo sé, por eso sonrío. Saca una pequeña caja del bolsillo izquierdo de su pantalón gris y lo pone en mis manos, aún húmedas y hasta un poco enjabonadas. Tiemblo un poco, de la emoción, y al abrir la caja descubro dos anillos, uno para él, otro para mí. Así comienza nuestro compromiso. Lloramos.

Apenas una semana más tarde, a la hora de la cena, conversamos acerca de tener un hijo. Esquivo un poco el tema al principio, pero en pocos minutos reflexiono acerca del asunto y empiezo a sentir que ya es el momento. Tenemos mucho tiempo de novios y ahora que todo es más formal, ¿por qué no? Un niño, o una niña, traerá más alegría a nuestro recién comprometido hogar. Pero hay algo que empieza a atormentarme los días subsiguientes: siento que tengo que comunicárselo a mi familia. Al menos a mi madre. Él no parece darle importancia a mis palabras, las evade como puede y dice que tenemos que empezar a hacer el papeleo de la adopción cuanto antes, que ese tema era difícil y que quizá pasarán años antes de que nos permitan hacernos cargo de cualquier pequeñín. Yo asiento, olvido un poco el tema de mi madre y le pregunto qué necesita de mí. Responde que todos los documentos que me identifican, por supuesto, y no debe olvidárseme la fotocopia de mi pasaporte y de la constancia de trabajo, así como los títulos obtenidos a lo largo de mi época de estudiante. Por ese lado no tengo problema, pienso, ya he recopilado algunos de mis títulos (tanto universitarios como de institutos privados en los que realicé talleres y otros cursos), pero sí tendremos que formalizar nuestra unión, le comento. Él no vacila ni un momento, me dice que tiene todo listo para dentro de un mes.

Esa sorpresa me alegra también, él siempre se encarga de todos los trámites que a mí me parecen tediosos, así como de la organización de cualquier reunión o festejo. Uno o dos días más tarde saca un sobre de su maletín marrón, que le había regalado el día de su cumpleaños número veintiséis y me lo da. En el sobre hay unas 40 invitaciones para una recepción que se llevará a cabo después de nuestro matrimonio civil. Lo abrazo, feliz. Nos besamos tímidamente. Es raro, desde hace tiempo no nos besamos así. Llega el día y nuestros amigos más íntimos vienen a compartir nuestra dicha.

Una semana después del matrimonio, ambos estamos en la agencia de adopción conversando con ud, la trabajadora social. No se comporta de forma alentadora. Regreso a casa triste, por primera vez en meses. Las alegrías no me habían abandonado hasta entonces: tengo un buen trabajo, un amor sincero a mi lado y una casa decorada a mi antojo. Solamente queremos un hijo. Y no cualquier hijo. Queremos uno al que podamos amar con todo nuestro ser y alejar de la miseria, de la inmundicia y de la incomprensión. Ya de eso sabemos nosotros dos bastante. Ahí empieza nuestra lucha.

Mi esposo es siempre el equilibrado, el que trae armonía y el que me consuela en mis momentos desesperados. Nos niegan la adopción en varias agencias, y yo no hago más que pensar de qué manera podemos llenar ese hueco que nos ahoga día tras día. Pasan meses que se convierten pronto en muchos años y seguimos viendo cómo en nuestro propio país subdesarrollado y cómo en otros países también subdesarrollados hay cada vez más niños, niños por doquier, maltratados, con hambre, viviendo en la miseria y nosotros, sin embargo, seguimos siendo indignos, desde el punto de vista legal, para adoptar algún pequeño. Empezamos a desvariar: Recorremos jugueterías juntos, visitamos escuelas, las que creemos más convenientes para la educación de un hijo que nunca llega, así como también visitamos centros deportivos, artísticos, culturales, para al menos hacernos la idea de cómo será tenerlo, en nuestros brazos, criarlo y luego hacerlo un hombre o una mujer de bien.

Al cuarto año de búsqueda en vano, me visita mi madre un domingo. Nunca espero una visita suya. Hace mucho que me fui de mi patria y uno de los principales motivos fue precisamente ella. Pero un día sin previo aviso timbra a mi puerta y allí está de pie (¿cómo consiguió mi dirección?, me pregunto). Me mira ella, un poco con desprecio, un poco con decepción, pero resignada, sin duda. Entra casi sin saludarme, un beso mal dado en la mejilla y deja a un lado una maleta pequeña, no se quedará más de tres días, sentencia. Como no la he invitado, no entiendo muy bien a dónde va a parar todo esto. Mi esposo llega a la media hora, ha salido a trotar como todos los domingos y entra apresurado a bañarse, no le gusta estar tan acalorado. Pasa tan rápido que no repara ni siquiera en la maleta de mi madre. Ella y yo estamos ahora en la cocina, le ofrezco una taza de té verde, que acepta un poco a regañadientes, declarando que no lo endulce. Me dice que sabía que algo me atormentaba y que está dispuesta a ayudarme. Yo sigo vacilante. Mi esposo sale del baño, al menos se ha puesto un short, (menos mal, pienso) y entra en la cocina. Ahora sí ve a mi madre y mi madre a él. La saluda con cariño y jovialidad y ella, con mucho más desprecio del que me ha demostrado a mí, responde al saludo. Mi esposo me mira con ternura y comprende, de inmediato, mi malestar, aunque no parece sorprendido de su presencia. Se sienta y declara: - Sra., si ha venido para ayudarnos, empecemos a planificar cómo.

Nota mi esposo mi seña de sorpresa, y dice a su vez: “Hablé con tu madre de nuestro problema y de tu pesar, ha venido en nuestra ayuda”. Me levanto, con una furia indescriptible y empiezo a insultarlos a ambos, retirándome y dando un fuerte portazo a la puerta de mi habitación. Ella corre tras de mí. Él queda inmóvil en el taburete de la cocina. Entra a mi cuarto a calmarme y yo no quepo en mí de la molestia. Me dice que ella adoptará al niño o niña y nos lo dará sin chistar. Alego que eso será prácticamente imposible, que los controles están cada vez más estrictos y difíciles, que pedirán a cada rato que demostremos que la adopción se ha llevado a cabo con regularidad y un largo etc. Ella sólo atina a pronunciar que con dinero y con su porte se puede eso, y mucho más.

El proceso comienza al siguiente día. Va acompañada de mi esposo a una de las agencias de adopción que ya habíamos visitado nosotros dos. Respiro rápidamente, los nervios me embargan, pero me quedo en casa. Mi esposo dice que es mejor no hacer mucho revuelo y no acercarme tanto, no vaya a salir algo mal. Espero. Luego de un par de horas llegan triunfantes y con caras destellantes de alegría, mi madre ha conseguido que el año entrante, a finales seguramente, tenga un bebé en casa. No entiendo mucho las explicaciones, por la enorme emoción. Le agradezco profundamente, con lágrimas en los ojos y una sensación indescriptible embargando mi ser y ella, muy seria, declara que no lo hace por mí, ni por nosotros, sino por ella misma, “a ver si finalmente logro criar bien a un hombre”, confiesa. Siento que un gran balde de agua fría cae sobre mi cabeza, desnudándome, desprotegiéndome. Mi madre ha llevado a cabo el proceso de adopción para ser ella la única tutora legal: “total, todavía estoy joven”, argumenta, utilizando a mi esposo (quien me mira ahora incrédulo y consternado) como excusa, dejándome solo de nuevo con mi tristeza, renovando el odio que sentí hacia ella la primera vez que me rechazó. 
 

jueves, 13 de diciembre de 2012

La Misa

¿Habrá alguna otra manera más original para seguir manipulando a los venezolanos? (o quizá debí decir bolivarianos). Acoto acá mismo una definición de lengua fascista que quizá ayude a comprender un poco mejor su desvirtuado significado. Según expresa Barthes: “Pero la lengua, como ejecución de todo lenguaje, no es ni reaccionaria ni progresista, es simplemente fascista, ya que el fascismo no consiste en impedir decir, sino en obligar a decir”. Extendiendo entonces esa significación, se habla del imperio de las palabras y del lenguaje en general, que como bien expresa María Adelia Díaz Ronner, alberga el nacimiento del servilismo y del poder. Si extrapolamos esta idea a los hechos, sería algo así como obligar a hacer. Esta obligación se posibilita cuando deriva de aquellos que poseen una cuota de poder. La acción de fascismo se ejerce sobre un pueblo en la medida que se intente dominarlo, inundándolo con el propio criterio del poderoso, coercionándolo, a su vez, para que persiga la idea, para que interrogue esa idea a la manera del mandatario, cuando éste es el que maniobra hábilmente las claves definitorias de lo que expresa. Cuando el individuo que escucha, atento, las palabras del mandatario, no posee criterio propio, porque no puede, porque no todos pueden tenerlo, debido a un montón de desigualdades e injusticias sociales no de ahora, no de hace 14 años, sino desde que en el mundo empezaron a organizarse ciertas instituciones y sistemas mal interpretados y convenientemente acatados por algunos pocos, cuando ese mismo individuo no está activamente presente en lo que escucha, convirtiéndose en un destinatario inerte, se crea el verdadero problema.

Un desvío de atención previo al 16/12/12, elecciones de gobernadores en Venezuela (me niego a anteponerle un “República Bolivariana” que no me es propio), además en plena época Navideña donde parece que el país simplemente se detuviera para que la gente por fin desahogue sus pesares económicos con unas utilidades que para unos es un premio y para otros una condena: La enfermedad convenientemente creada (o sufrida, ¿quién puede realmente saberlo?) en los momentos de peor crisis del país: La inflación absurdamente por las nubes (un par de zapatos cuesta tanto como el valor de una quincena de un salario mínimo, salario promedio de los venezolanos); fallas de electricidad en una nación que tiene una de las fuentes energéticas más poderosas de América; falta de alimentos de la cesta básica como azúcar, café, harina de maíz P.A.N. (alimento por excelencia de las familias de clase media baja y del proletariado), papel higiénico, etc.; ropa y alimentos importados mucho más económicos que los fabricados y/o producidos acá, entre otros aspectos negativos que me daría fastidio enumerar… aunado al mayor índice de inseguridad vivido entre los siglos XX y XXI en nuestro país, nos llevan a preguntarnos: ¿Hasta cuándo seguirá la subestimación de nosotros, los venezolanos?

Habrá una misa, creo que mañana 14/12/12 (día laboral), en La Carlota. Una misa a la que asistirán, obligados, muchísimos venezolanos, para orar por la salud del señor de turno (cuyo turno ha sido eterno, paradójicamente). Hay que firmar asistencia, como en un colegio. Se trata de aquellos que trabajan en organizaciones gubernamentales, aquellos mismos que van a marchar y que tienen que firmar al llegar y al irse, cuando se haya acabado el templete. ¿Acaso esta acción no representa una forma de fascismo?

Son, a veces, empleados administrativos, operarios, obreros, que cobraron unas utilidades como nunca en su vida, que quizá recibirán del candidato a gobernación, del oficialismo, un regalito decembrino extra (lo cual no es secreto para nadie), a veces la comida del día, o quizá la del mes, o un electrodoméstico (digamos que la cesta de petróleo alcanza para eso y más, mucho más), se trata de aquellos individuos a veces muy jóvenes que crecieron viendo solamente una cara y escuchando solamente un nombre y que no conocen la alternabilidad de poder y que, quizá, no la conocerán. Me falta además mencionar aquellos que por fin tienen una carrera universitaria, porque se graduaron en una universidad nueva, que se ha jactado desde su creación en llamarse universidad pública, como si antes ninguna universidad hubiese sido del Estado, que enseña algunas cosas pero no otras (que la mayor parte de las veces tienen mucho más significado e importancia para resolver los verdaderos problemas laborales o de investigación, si hablamos de la academia). Muchas de esas personas que asistirán a la misa en la que tienen que firmar asistencia, no se habla acá de obligación, dejará de ir a trabajar (es precisamente lo que necesita el país: menos trabajo y más vagancia), o atender a su familia, o dejará de llorar a sus propios enfermos, o muertos, o heridos de bala, producto además de esta misma sociedad retorcida e inmunda.

Es una vergüenza, hay que admitirlo. Es una vergüenza que en lugar de preocuparnos porque nuestros hijos no tendrán nada de comer en un futuro bastante próximo, nos estemos preocupando por la salud de un ser que nunca se ha preocupado, realmente, por su pueblo, a no ser para hacer propaganda política sinsentido. La última desvariación a la que ha hecho alusión es la “Patria Nueva” que empezará a construir el 10 de enero del año 2013, y ni hablar del “corazón del pueblo”. Me pregunto, una y otra vez: ¿por qué “Patria Nueva”? Recuerdo que en el año 1999 ya se prometía la novedad, “esto era lo que hacía falta”, proclamaban algunos, votaban otros. Después de este montón de años, se sigue prometiendo una novedad (si antes se protestaba contra los 40 años de “mal democracia y corrupción”, ¿ahora se reclamarán los vicios de los 14 años subsiguientes?). Dispárenme si estoy equivocada, o mejor pellízquenme, no vayan a tomar al pie de la letra mis palabras. El lenguaje figurado seguramente también se ha perdido. O quizá también yo, mal denominada: disociada, escuálida y necrofílica (entre otros apelativos quizá más denigrantes que no me atrevo a reproducir), ya no me sé expresar muy bien. El país del disparate, definitivamente.

Oremos.          

sábado, 6 de octubre de 2012

"Algo bueno está pasando"

Llegué el 3 de octubre a mi hermosa Venezuela. La emoción de ver a mi familia, en conjunto con esta energía renovada que se respira en las esquinas de Caracas me tiene muy atontada. Atontada en el mejor sentido de la palabra... si es que puede haber un buen sentido de la palabra atontada. 

Ya venía yo viendo muchas sonrisas en la gente, muchas frases políticas escapándosele de las bocas a todos y todas. Mucho rollo mediático, cancioncitas en el aire, pancartas por doquier, pero hoy, ¡ay hoy! explotó en alegría no solamente la zona de Caracas donde vivo, Bello Monte, sino además muchísimas otras zonas de la maravillosa capital y de Venezuela en general. Los sonidos, frases como "... algo bueno está pasando" (perteneciente a la canción representante de la oposición: Hay un camino) y un tímido estribillo que reza algo más o menos así: "... con Chávez corazón del pueblo" (con corazoncitos pintados con las manos, después de haberle entregado armas a un montonazo de personas no capacitadas para manipularlas), se entrechocan y producen confusión y encanto, todo junto. Todo junto porque la timidez prontamente se ve opacada por la algarabía y los vítores representando al verdadero pueblo que después de catorce años no se aguanta un atropello ni una subestimación más. Pues sí se caceroleó con ganas en Caracas hoy 6 de octubre, un día previo al evento que decidirá el rumbo de un país que pudiera haberse convertido en potencia latinoamericana muchos años atrás. Y este cacerolazo, por primera vez, no fue de enojo, no fue de rabia, no fue de inconformidad. Este cacerolazo se sintió distinto: se sintió alegre, musical, magnífico. 

Sin importar los resultados, el verdadero pueblo (no la "clase media" como insisten llamar a los caceroleadores de hoy, no "la oligarquía", no los "pitiyanquis", no los "majunches", no los "disociados", no los "necrofílicos" y una enorme lista de adjetivos descalificadores y vulgares que opacarían mi página creada a través de teclas sudorosas, producto de manos temblorosas y dedos hinchados de la emoción de hace unos momentos atrás), hace sentir su voz, su esperanza, su energía, su alegría, previo a un día que pintaba ser de incertidumbre y miedo. Sí podemos. Sí podemos hacer, sí podemos lograr, sí podemos cambiar. 

Más allá de consignas políticas que benefician al opositor, más allá de frases hechas sacadas de contexto y utilizadas al antojo de grupitos y grupotes, más allá de cacerolas, quejas, llanto, odio y demás emociones bajas, vivir hoy al vecino, a la vecina, a los más pequeños, a los más ancianos, escuchar las músicas que siguen sonando desde los balcones de mi imponente ciudad, bajo un cielo lluvioso e incierto, pero maravilloso, hoy me siento orgullosa, hoy reivindico mi identidad como venezolana y como ser humano. Humana porque siento, porque percibo, porque me angustio, porque me entristezco, porque me inflo de risas y exploto desde la ventana junto a mi olla, mi garganta, mi familia, mi vecino, nuestra música, nuestra expectativa, nuestra mente, nuestro corazón. 

El poder concentrado en una sola mano más de 6 años empieza a corromper a quien lo posee (nosotros ya pasamos hasta el doble de esa cantidad que parece ser la más sensata para completar obras y cubrir algunas de las necesidades más importantes de un pueblo). Venezuela necesita a otro empleado público que la represente de forma digna internacionalmente y que trabaje al servicio de ella, haciéndola crecer realmente, no a un ser que se cree un rey y que manipula cuando y como quiere a lo que él cree que son sus súbditos porque tiene bastante dinero bajo la manga; dinero que, dicho sea de paso, no le pertenece. Hoy vivo la emoción, mañana vivo la expectativa, pasado vivo el cambio. Y mis compatriotas, mis camaradas, mis bolivarianos, MIS VENEZOLANOS... también. Mi bandera tiene tres colores, no uno... ¡Qué viva Venezuela, caracha negra!


domingo, 24 de junio de 2012

Machismos que dan rabia

Publicidad de alfajores (vallas publicitarias en la actualidad en Capital Federal, Buenos Aires, Argentina): 

"¿Amigos o novia?" 

El que decide con quién compartir es él, al que la sociedad adjudica el poder adquisitivo para comprarse el alfajor (producto alimenticio que no es exclusivo para hombres). El hombre decide si compartirá el placer de comerse el alfajor con ella, su novia, o con los amigotes. 

Pensemos en la reformulación: "¿Amigas o novio?". En la frase original, ella es de él, le pertenece, es "su" novia; en la reformulación, todo el sentido cambia, exactamente a la interpretación contraria. Para una sociedad que reclama la igualdad de género, hubiese estado mejor dedicar la publicidad a un mundo más amplio de consumidores. 

Muchas mujeres, no me atrevo a decir todas porque sería una burda generalización y todos y todas sabemos que existen mujeres mucho muy machistas, no comprarían ese alfajor aunque sea uno de los mejores del mercado, porque en ningún momento se sentirían aludidas, más bien, se encuentran en un claro segundo plano. Parece más bien una publicidad de desodorante, o perfume, masculino. Aunado a lo anterior, los amigos, en la misma frase, ocupan el lugar primordial, es decir, la primera opción siempre serán los amigos, y luego se piensa en la compañera de turno. 

Propongo un planteamiento alternativo: "¿Pareja o panas?". El problema está, evidentemente, en que "panas" no pertenece a la jerga argentina, pero es más abarcativo que el término "amigos", incluyendo a más de un género. Bueno, no podía resolverles todo tampoco. ¿O sí?

Ya vengo, voy por un alfajor.





viernes, 22 de junio de 2012

Los enigmas de Karin Godnic



La artista, nacida en Buenos Aires en agosto de 1977, quien ha recibido premios en Latinoamérica y Estados Unidos, representa ciudades contemporáneas, incluyendo en su representación artística numerosas presencias ajenas a todo reconocimiento humano, seres extraños. Su pintura minuciosa y la gran cantidad de elementos que incluye, captan la atención del espectador, quien evita pasarse algún detalle por alto. Conjuga lo absurdo con lo cotidiano y en ocasiones, muestra el choque entre la cultura urbana y esos seres provenientes de lugares desconocidos por el hombre, a través de los cuales incluso se percibe enfermedad. Godnic representa continuamente una desmaterialización de la realidad y, lo preocupante, es que la urbe pareciera estar conforme con ello, ya que no se observa ninguna figura humana contraponiéndose a la invasión, más bien parece reinar un silencio abrumador. Remiten esos invasores a elementos protagonistas de libros o cine de ciencia ficción. Lo interesante de la inclusión de dichos invasores es la luminosidad, el colorido y el dinamismo que imprimen a la obra de Godnic. Moviéndose entre la corriente figurativa - expresionista, Godnic materializa el anhelo de ofrecer al espectador sus angustias internas y su crítica frente al comportamiento de las sociedades actuales.



La modificación de las ciudades de Godnic, por la invasión, evoca miedos existenciales, imponiéndose un nuevo ritmo que coloca en entredicho el orden social establecido. Los bichos (palabra que emplea inclusive para titular algunas de sus pinturas) modifican el entorno, desencadenando batallas contra la ciudad, aunque los humanos no se den por aludidos (no parece haber una lucha en respuesta). Esos bichos caricaturescos convierten a la obra de Karin Godnic en una expresión de lo continuamente amenazador.

La realidad de la obra de Godnic aparece como desfigurada y hasta incorpórea. La presencia de círculos concéntricos, asemejando tablero de dardos, o la puntería de alguna arma de fuego que se posa sobre la ciudad, otorga la ilusión de "ciudad en la mira" a punto de desaparecer, dispersarse, disiparse, perecer... Otras corrientes artísticas atraviesan su obra, como por ejemplo el surrealismo, manifiesto a través de lo onírico, elemento de inspiración que la misma artista reconoce existente en su obra.

Además, al representar la soledad en la que en múltiples ocasiones se ve inmerso el individuo contemporáneo, Godnic evoca la teoría de los no - lugares ("espacios que no pueden definirse ni como espacios de identidad ni como relacionales ni como históricos"... el individuo conserva su calidad de anónimo frente al otro) propuesta por Marc Augé, quien además de hablar de los efectos del desarraigo en la vida contemporánea y en lo que se ha llamado la época de la sobremodernidad (caracterizada no sólo por la superabundancia de acontecimientos y espacios, sino también por la individualidad), observa que: "Ni la identidad, ni la relación, ni la historia tienen verdadero sentido, donde la soledad se experimenta como exceso o vaciamiento de la individualidad, donde el movimiento de las imágenes deja entrever a aquel que las mira desaparecer, la hipótesis de un pasado y posibilidad de porvenir". En la coexistencia de dos mundos distintos, la ciudad más la invasión extraterrestre o a través de un tráfico inmóvil e insoportable, se representa metafóricamente a la urbe moderna, donde el sujeto está perdido en la muchedumbre. Esas calles infestadas de Godnic establecen la relación enajenada entre los individuos con su entorno en el espacio del no - lugar. Esos no - lugares recrean soledad, similitud, marginando a la identidad singular. En la obra de Godnic, la presencia humana únicamente está representada por uno que otro graffiti en las paredes, la invasión ha opacado las demás presencias humanas, empujándolos al encierro, a la desaparición, a una necesidad de protección que, supone el espectador, encuentra refugio en los edificios. De esta manera, las paredes están atravesadas y mutiladas por algún tentáculo, pata o cola de los bichos usurpadores, que además parecen resultar vencedores en su tarea de invasión. No hay contraataque y lucen sonrientes, victoriosos. Los graffitis son las únicas representaciones de aquellos códigos en común  que comparten los seres humanos, y que permiten recordarle al espectador su anterior presencia, enviándole un guiño, estableciendo la complicidad intrínseca entre artista y receptor. El no - lugar acoge a los bichos, tal como habría acogido a los seres humanos que transitaran por ahí.





Detrás de las vallas publicitarias, los aparatos de aire acondicionado, el desplazamiento de móviles aéreos o terrestres está Godnic remitiendo a la época contemporánea. Los únicos humanos que aparecen en contadas ocasiones, son humanos sin rostro definido, colocados amontonados en las calles, representando una gran masa homogénea, lo cual instala la posibilidad de la melancolía y, de nuevo, la soledad. Lo masificado convirtiéndose en sinónimo de ausencia. La vida natural es escasa, ausente. Todo parece ser artificial, producido. Inclusive los bichos invasores, con sus características autómatas, como máquinas con un sólo objetivo: la destrucción de la vida. Godnic así expresa su crítica, su angustia frente a la desaparición de lo orgánico. El ímpetu por las enormes construcciones, trayendo graves consecuencias a todos los ecosistemas, constituye apenas una de las ideas de la artista. Los días del hombre están contados, cada uno de los círculos concéntricos que emergen de algunas de sus pinturas, simulando un tablero de dardos, corresponde a una onda expansiva de destrucción.  


    

La tecnología por la que el hombre ha sacrificado tanto tiempo e invertido tanto dinero, ahora se vuelve en su contra, es una recurrente idea que Godnic deja entrever en sus obras. ¿Será acaso una denuncia acerca de la fragmentación de nuestra percepción de la realidad, precisamente debido a esa dependencia tecnológica? 

Las serpentinas transformadas en posibles virus o bacterias, contagiando las ciudades, encierran a la pintura en una insuficiencia resignada, transmitiendo impotencia, ineptitud, desaliento y desesperanza. Todo se esteriliza, se abandona. El espacio de Godnic se ha impregnado de fantasmas de identidad dudosa. No hay vuelta atrás. ¿O sí? 



     

jueves, 21 de junio de 2012

Gran Misión A Toda Vida Venezuela

Esta mañana me entero de la existencia de la "Gran Misión A Toda Vida Venezuela", que desea implementar el sr. Hugo Chávez, en función de luchar en contra de la inseguridad que azota a nuestro país desde hace muchísimos años, pero que sin duda, se ha ido agravando de manera exponencial los últimos cinco años. No pude dejar pasar por alto este hecho, a diferencia de miles de otros hechos que he dejado pasar porque ya me he ido acostumbrando al "ya nada me sorprende", pero preciso hoy de este desahogo, para no tener pesadillas esta noche, como solía tener cada vez que escuchaba al sr. cuando abría la bocota hasta que decidí empezar a escucharlo menos seguido, para evitar que su verruga torcida distorsionara mis sueños.  

Ni hablar. El sr. admite que hay inseguridad en nuestro país. Es que estuvo viviendo en y viajando a otros lugares mientras tanto. No sólo omite los 13 años anteriores de desgracias, sino que los adjudica a un sistema externo. ¿Será que eso también lo importamos? (como todo lo demás...). Importamos de las culturas neoliberales los asesinos, violadores, ladrones y un enorme etcétera, al igual que TODOS los demás productos que nos permiten la subsistencia como nación. Incluso la ropa, porque ni eso somos capaces de fabricar. Más allá de esto, no sé, supongo que hace 13 años, algún niño estaba en la calle o viviendo en condiciones de miseria... Ese niño no le importó ni medio partido por la mitad y luego del tiempo transcurrido durante su mandato, el niño se convirtió en un adolescente delincuente... ese niño no nació en la IV República, y aunque se alegue que es consecuencia de los benditos 40 años de despilfarro democrático o del "capitalismo salvaje" del que tanto se llena la bocota este ser... ¿no tuvo suficiente tiempo Y DINERO a manos llenas para cambiarlo... para proponerle un mejor modo de vida?, ¿por qué en lugar de hablar tanta pistolada y escudarse en los sistemas aplastantes del imperio (que no es poco ni lo niego en ningún momento) no hizo uso de su inteligencia estratégica para revolucionar (de verdad) el país y hacerlo digno ejemplo de otras naciones de Latinoamérica que cuentan con menos recursos económicos?  Mejor dicho: ¿Por qué no se enfocó, como es su trabajo, en proponernos y ofrecernos a todos y todas mejores medios de vida, oportunidades de verdad (no regalos miserables y no renovables), mejores sistemas de educación, de planes de vivienda? ¿Por qué no se encargó verdaderamente de los niños marginados (quienes funcionaron como bandera en algunos de sus discursos presidenciales más emblemáticos) que se convertirían en delincuentes?, ¿por qué no les ofreció a esos mismos niños y jóvenes de hace 13 años (ahora adolescentes y adultos) mejores oportunidades?, ¿por qué no le ofreció a la clase trabajadora y luchadora unas calles donde se pudiera caminar tranquilos después de las 10pm (o incluso a plena luz del día), sin verse atropellados por algún hecho delictivo? 

Ahora, por si fuera poco todo el dinero que ha gastado en las misiones anteriores, la mayoría de las cuales sencillamente fracasó, propone la creación de OTRA misión (cuyo nombre aparte de ridículo carece de sentido real, o al menos no siento que lo transmita), previa a las elecciones de octubre de este año. Ahora es cuando RECONOCE pública y abiertamente que Venezuela vive en estado de tensión, que ninguna familia está tranquila hasta saber que todos los integrantes de la misma ha llegado a casa ese día "sano y salvo". Ahora el sr. admite la existencia de altos índices de inseguridad, ahora que las cifras ya no pueden esconderse más, ahora que se acerca la fecha que lo pone en jaque, aunque siga moviendo las piecitas a su antojo. Más allá de no saber qué sucederá el 7 de octubre del presente año, más allá de desear profundamente que se mueva un poco la mata y que el discurso se transforme, que adquiera otros matices y deje de quedarse solamente en palabras, más allá de empezar a pensar de forma optimista frente a lo que pudiera significar una verdadera revolución en Venezuela, me encantaría que no se burlen más de nosotros, que no nos subestimen como nación y que dejen la demagogia de lado aunque sea un rato, porque mientras tanto, más y más venezolanos pierden la vida en mano de otro que hace tiempo también la perdió, y que no tuvo a nadie (ni poderoso ni no poderoso) que le ofreciera algo distinto y, en definitiva, mejor. 

Hay que ser bien poco crítico o nada interpretativo (hecho que verdaderamente dudo porque conozco que los venezolanos son perspicaces, lúcidos, abiertos y perceptivos) para aplaudir la creación de otra misión a estas alturas del partido, a menos (como ha solido ocurrir durante estos 13 años de gobierno) que se estén beneficiando económicamente del desbarajustado país. 

viernes, 11 de mayo de 2012

Respuesta al vídeo "Caracas, ciudad de despedidas".

Hace una semana aproximadamente, unos compañeros me mostraron un vídeo que había sido realizado por jóvenes caraqueños acerca de su ciudad. Como me encuentro fuera de Caracas, ciudad en la que nací, y suponiendo que encontraría material importante en dicho vídeo, me dispuse a verlo con mucho entusiasmo. Saber que jóvenes rinden homenaje a su ciudad, sobre todo cuando deciden ir a estudiar al exterior, lo llena a uno siempre de cierto orgullo. Así es que puse a cargar el vídeo, mientras hacía otras cosas. Cuando me dispuse a verlo, me di cuenta que a los primeros 30 segundos no había logrado captar mi atención en lo absoluto. Sin embargo, supuse que a medida que transcurriera (dura aproximadamente 17 minutos), el argumento iba a desarrollarse de forma más coherente y propicia para la situación que se vive actualmente en Venezuela. 

Me fui de mi país hace unos años, con la intención no sólo de estudiar un postgrado (y repleta de ánimos de aventura), sino también por conocer otra cultura. Paralelamente, en la ciudad se estaban (y se están) viviendo momentos de violencia y delincuencia inimaginables, que producen terror en los jóvenes y en sus padres. No es mentira para nadie que los últimos años Caracas se ha venido convirtiendo en un lugar bastante inseguro, en el que te puede pasar una desgracia en el momento más inesperado. Lamentablemente, a cada uno de nosotros nos ha tocado vivir (en carne propia o de algún allegado cercano) algún evento o episodio injusto y violento, independientemente de la clase social que representemos. No se puede tener nada de valor a la vista, cualquiera se cree con el derecho de robar o hacer algo peor (incluidos secuestros, violaciones o asesinatos, que quedan generalmente impunes), se vive en un estado de alerta y con los nervios a flor de piel, sobre todo en las noches (aunque los días ya no se están quedando atrás), por lo que la gente prefiere encerrarse en casa lo más pronto posible, apenas el anochecer toque a la ciudad. Sin embargo, Caracas tiene hermosas cosas que ofrecer, sobre todo a aquellos que nacieron ahí. Supongo que lo mismo debe ocurrir con cualquier ciudad. Se desarrolla un amor diferente por el lugar que te vio nacer que por la ciudad que te alberga después. Por mi parte, extraño horrores mi ciudad. La pienso en las mañanas, la pienso en las tardes, la pienso en las noches. Cierro los ojos y veo el esplendor de la montaña, El Ávila, imagino las autopistas en días feriados (¡una maravilla!) y días laborales (¡un caos!), recuerdo olores (frutales, vegetales, frituras, basura), colores (los verdes, los azules, todos distintos a los que veo ahora, inexplicablemente) y sabores (miles), todo en un segundo. Extraño la ciudad, a pesar de lo desordenada y convulsionada que pueda ser. La respeto y reconozco lo malo en ella, le temo muchas veces, otras la admiro. Porque así suele ocurrir: Todo tiene un lado bueno, todo tiene un lado malo. Las decisiones de cada uno, basadas (o no) en episodios de violencia son, sin duda, incuestionables, lo que aquí me propongo es dar mi opinión del vídeo "Caracas, ciudad de despedidas", el cual posteo a continuación, que desató polémicas, debido a cómo está presentado. 


Después de verlo una sola vez (no pude verlo de nuevo. De hecho, lo vi por partes, después del minuto 6 ya no podía seguir viéndolo, por lo que tuve que retomarlo otro día...), me deja una sensación de desaliento terrible. En un momento incluso me cercioré de no estar viendo una burla del vídeo original, porque no podía creer lo que a mis ojos se transmitía. Hay varias cosas que me pregunto, una y otra vez, entre ellas: ¿qué educación recibieron estos chamos?, ¿quiénes son sus padres?, ¿sabrán que sus hijos hicieron el ridículo de esta manera?, ¿qué opinarán de este vídeo sus maestros / profesores? Más allá de la clase social que representen, que supongo es una clase privilegiada, por los lugares de la filmación o por la manera en que algunos se expresan, catalogándolos con acento "sifrinito", no creo haber conocido jóvenes así cuando me encontraba en mi país. Y, la verdad, espero no conocerlos nunca. Es decir, siempre tenemos la oportunidad de codearnos con personas de distintos niveles socio - económicos, conocer gente muy diferente a uno sobre todo si se estudió en una universidad pública, pero más allá de eso, me quedé sumamente sorprendida y hasta entristecida al ver a un grupo de jóvenes con argumentos vacíos del por qué quieren irse del país. Creo que habría bastado con decir, simplemente y de forma directa, que se quieren ir porque encuentran mejores oportunidades en otros lugares (ese argumento es totalmente comprensible desde cualquier lugar del que se mire). Por lo general, no sólo son venezolanos los que se van de su país a estudiar (no sólo ahora, siempre ocurrió, quizá ahora es más visible, gracias a los avances tecnológicos), sino también mexicanos, chilenos, colombianos, peruanos, bolivianos, puertorriqueños, etc. a otros países... inclusive, no sólo son latinoamericanos los que buscan nuevos rumbos, también de otras nacionalidades (europeos por montón, asiáticos, norteamericanos...) y lo hacen no únicamente por motivos económicos, sociales, políticos, sino por búsquedas personales, culturales, educacionales, espirituales y hasta amorosas. Si, aunado a cualquiera de esas búsquedas, ocurren hechos de violencia con mucha frecuencia en el lugar de donde eres o en el lugar en el que estás, ¿qué opción más válida la de querer irse a formar un futuro menos incierto en otro sitio? Por mi parte, siempre tuve (y los tengo aún) enormes deseos de volver. Volver para seguir construyendo el país hermoso que estoy segura que tenemos, pero al que le falta mucho cariño y empeño para sacar adelante, sobre todo en estos tiempos turbulentos de no gobernabilidad. Pero quiero volver más preparada, para tener algo mejor que ofrecer. Y así pensamos algunos, no todos. Los respeto por igual, porque sé que muchos se fueron huyendo porque habían tenido que vivir algún episodio fatal en la ciudad que los vio nacer y que, lo más lógico, es que no quieran recordarlo nunca más. Pero más allá de eso, si se quiere denunciar una situación, ¿por qué no hacerlo con claridad, con compromiso por lo que se dice, por lo que se siente? Me quedo muy avergonzada de estos jóvenes, muy desconcertada. Por ejemplo, a la que dice que viene a Argentina (o que vive acá, ya no lo recuerdo bien) espero no cruzármela nunca, las razones sobran. Los jóvenes que se prestaron para hacer este vídeo parecen drogados todo el tiempo, somnolientos, con falta de energía y de entusiasmo para todo. No se saben expresar y cuando lo hacen no modulan, o no quieren modular. Hay una que sufre desórdenes de bipolaridad o de personalidad, prefiere una Caracas sin gente, se ríe y llora, todo al mismo tiempo, aplaude cuando el avión aterriza y eso ahora la hace más venezolana (antes le daba asco esa actitud ridícula de los desordenados venezolanos), sufre graves problemas de identidad y eso ya no tiene nada que ver con una ciudad violenta, ni una ciudad de despedidas, eso tiene que ver con otros factores que no me largaré a redactar, porque no vienen al caso, pero el problema fundamental está en su familia, no en la ciudad. El otro habla de la necesidad de una mejor educación, eso sin duda, pensé yo, sobre todo para los realizadores de este vídeo. Ni lo cursi les quedó bien. No hay respeto por lo que expresan, lo hacen con desgano y desinterés y "se irían demasiado" (ahora la frase de moda en la jerga popular y en las redes sociales), porque no tienen más nada que ofrecer al espectador. Que se vaya demasiado, y muy pronto por favor, personas así no necesita el país. 

Más allá de ideologías políticas (estos jóvenes estarían representando al antichavismo, porque evidentemente cualquier chavista querría vivir en el país que gobierna su líder), pienso que estaría excelente cuidarse de realizar ciertos documentales que en lugar de aportar, siguen destruyendo todavía más al país y la imagen del venezolano.

Afortunadamente, se hizo una respuesta al vídeo, mucho más concisa, bastante burlesca e irónica (justo lo que, a mi parecer, se merecía la payasada anterior, de casi 20 minutos de duración) titulada: "Caracas, ciudad de ¿Despedidas?... ¡No! Ciudad de Lucha y Corazón!". Creo que no tengo mucho que agregar al respecto. Acoto que con la presentación de las marcas extranjeras se dirigen a las clases sociales más altas, y reitero que no es problema de clases, es un problema que nos atañe a todos por igual. Estoy de acuerdo con lo planteado, habría desarrollado mejor ciertas ideas, pero creo que quedó bien clara la respuesta. Y lo más importante de todo, este vídeo también está desarrollado por jóvenes, venezolanos, que en ningún momento irrespetan a los espectadores, a diferencia de los borrachines anteriores, por catalogarlos de alguna manera...

     

El cambio está en nosotros. 

lunes, 23 de abril de 2012

Redondas desprendidas del agua de la mañana

Después de una ducha matutina, las dos están mucho más calmadas, pero aún en movimiento. 
Hasta hace pocos minutos ambas pegaban dinámicos saltitos, rebotaban entre sí, e incluso con otras, chocaban contra las paredes, contra las cortinas, contra los productos cosméticos, contra las llaves del baño.

Siempre han sido muy juguetonas, muy saltarinas, muy cambiantes, muy cinéticas. 
El baño, con paredes de baldosa, queda siempre empapado después de la inquieta, agitada y tormentosa aparición de ellas.

Pero poco a poco, una vez que la ducha se ha terminado, una vez que la puerta se ha abierto, una vez que las llaves se han cerrado, va desapareciendo, muy lentamente (y casi de forma imperceptible), cualquier vestigio de que han estado ahí. Sin embargo, las más de las veces, sobre todo en los días muy húmedos, permanecen arraigadas al cuarto de baño el mayor tiempo posible, a menos que alguien se los impida, pero esto último es poco común.

Sin embargo, cuando alguien abre las ventanas, o la puerta de par en par, se van yendo, más rápida o más lentamente, dependiendo del frío que embriague la mañana.

Cuando todavía yacen recostadas de alguna baldosa de la pared del baño, se escurren, alcanzando a la que se encuentra más abajo, se unen, intercambiando roles, juntas se mueven, formando otra (más grande), se acompañan, resbalándose como desde un tobogán... 

Bailan a un ritmo natural, gravitatorio, suave en ocasiones, o incluso de forma entrecortada en otras... se aumenta el ritmo, veloces, se desbocan..., ligeras, sueltas, sencillas, únicas.  
Dentro de la misma baldosa se divierten durante un tiempo para nada prolongado, pero que viven con intensidad. 

Y, de repente, en un largo y asfixiante abrazo, deciden lanzarse al abismo, entre la grieta de una baldosa y otra, regalándose al suicidio, a la extinción, al conformismo de su desaparición.



Ahora la baldosa está seca, esperando que otras dos, o más, al siguiente día, vuelvan a sufrir sus fuerzas intermoleculares intensamente; vuelvan a incluirla en su juego de capilaridad; vuelva a producirse el hermoso fenómeno de una menor o mayor tensión entre ellas, conforme a los cambios de temperatura; vuelva a ocurrir el milagro alegre, silencioso, escurridizo, inevitable. 

domingo, 15 de abril de 2012

Centro de Pintura de las Llamas Doradas. Tarsilio se arriesga.

Al Centro de Pintura de las Llamas Doradas, CEPILLADO, asisten cincuenta personas. No todas reciben el taller de pintura al mismo tiempo. La mitad más uno recibe el curso, dos veces por semana, de 6pm a 7y30pm, y el resto de 7y30pm (aunque realmente comienzan a las 7y45pm) hasta las 9pm. Esta división se hizo tomando como base las edades de los participantes, los ancianos para un lado, los no tan ancianos para el otro. Hay ancianos muy ancianos que no quieren pintar con los otros muy ancianos, así que discutieron, arrogantes, petulantes, indignados, que su técnica y concepción del arte y del mundo se parece más a la empleada y concebida por los menos ancianos, así que decidieron, arbitrarios, sin permiso del director del centro, cambiarse de horario.

El CEPILLADO es un espacio bastante tranquilo, que comienza sus actividades, precisamente, a partir de las 6pm, después de que culminan las clases de educación básica dictadas en el mismo espacio. En la entrada de CEPILLADO hay una enorme pecera, que Tarsilio últimamente estaba observando muy sucia. En la pecera hay caracoles y peces, todos juntos, conviviendo. Sin embargo, la última vez que Tarsilio fue a CEPILLADO vio (o quiso ver) la pecera más limpia, aunque al salir del taller, le pareció una mera ilusión, así que bajó la cabeza, pensativo y algo perturbado. Mientras espera que se dé inicio al taller de las 7y30pm (que siempre comienza más tarde por lo que, usualmente, semana tras semana, repite en su interior: "hubiese terminado de regar las plantas antes de salir corriendo para llegar puntual"), Tarsilio observa la pecera, embobado. Se cuestiona mil cosas mientras persigue con su vista a los peces anaranjados, los más gorditos, que en más de una ocasión le parecieron tontos embarazados, chocándose entre sí y nadando luego, desconcertados, de un lado para el otro. Luego, detiene su mirada en los caracoles grandes, después en los más pequeños, los recién nacidos (que parecen "langostas pulgarcitas"), pegados a las paredes de la pecera, observando y admirando sus lentos movimientos, su calma, su parsimonia. 

Tarsilio, al contrario de los caracoles que observa atento cada vez que tiene ocasión, nunca ha podido estar calmado. De hecho, siempre está apurado. En una reunión con amigos cercanos confesó que en múltiples ocasiones se le viene una angustia al pecho, que le tranca un poco la garganta, el esófago, algo así, no lo supo definir bien porque sus conocimientos de medicina son casi tan limitados que podríamos decir que sólo sabe describir las partes externas que conforman su cuerpo, y que "ahí" (señalándose el pecho y recorriendo su mano hasta la garganta) le comienza una especie de angustia, un desespero, un ahogo, una asfixia, que lo lleva a salir corriendo. Usa tanto esa expresión ("salir corriendo") que sus charlas se tornan siempre aburridas no sólo por lo mucho que la utiliza, sino también por lo rápido que habla, atropellándose con las palabras y respirando profundo al final de las frases, siempre más largas y menos pausadas de lo común. En esa misma reunión confesó que, de chiquito, una vez que había hecho todas sus tareas, que había almorzado, que se había cambiado la ropa del colegio, que había llamado por teléfono a sus papás (que vivían lejos de la ciudad), que había ayudado a su abuela a sacar la basura, salía corriendo a la terraza del edificio gritando "LIBRE" a todo pulmón. ¡Y qué pulmón! Incluso una de esas tardes inundadas de gritos de libertad, una vecina metida, de esas que nunca faltan, subió a enfrentar a la abuela de Tarsilio, porque estaba muy sorprendida y preocupada de escuchar, todas las tardes, una voz aguda que, desesperada, emitía alaridos desagradables más o menos a la misma hora. La abuela de Tarsilio, muy apenada, bajó la cabeza y le dijo que no volvería a ocurrir, que son cosas de muchachos, que no se preocupe que ella le pone reparo al nieto. Pero cuando la vecina metiche se dio media vuelta, la abuela no hizo otra cosa que reírse a carcajadas. Una vez que hubo cerrado la puerta, llamó a Tarsilio y le contó lo sucedido, tras lo cual las carcajadas se redoblaron. La relación de Tarsilio con su abuela era envidiable, eran mejores amigos, incluso sin saberlo... se contaban todo, se reían de todo, sufrían juntos por todo. Así que cuando veían a la famosa vecina caminando por la vereda hacia el edificio, si ellos venían también, apuraban el paso, como corriendo, para cerrar la puerta tras de sí y subir solos en el ascensor, sin tener que cruzarla, intercambiar miradas o frases con ella, total, era una "vecina muy metida", como decía siempre su abuela. Y la gente metida nunca es bienvenida. Así que esa manía de correr (y angustiarse) le viene desde pequeño.

Pero nos estamos alejando mucho de la historia real, de la que ya no pertenece a los recuerdos, de la del CEPILLADO, de la de Tarsilio y todo lo demás. Una vez que nuestro angustiado perenne ya no vivía con su abuela, ni mucho menos con sus padres (porque estaba bastante crecidito), pero tampoco andaba por el mundo del todo solo (aunque de esos pormenores no nos ocuparemos ahora), y se quedaba alelado frente a los movimientos ágiles de los peces y de los prácticamente inexistentes movimientos de los caracoles, en más de una oportunidad, se acercó (con los aspavientos propios de un adolescente, aunque conteniéndose  un poco porque ya no tenía la corta edad que pudiera justificar tal comportamiento) a reclamarle, muy educadamente, bastante apenado de hecho, al director del CEPILLADO que tenía que contratar a alguien para que limpiara la pecera. Que era muy injusto sacar a los animales de su hábitat para venirlos a encerrar en un espacio que además de pequeño, estaba sucio. El director lo evadía, miraba para otro lado, le decía que estaba demasiado ocupado para atenderlo. Hasta que un día, sin más, sin previo aviso, sin esperárselo, Tarsilio vio que la pecera estaba más limpia. Y le sonrió al director. No sabemos si el director lo vio sonreírle, pero sabemos que él sí lo hizo. Luego, entró al taller.

¿Para qué detenernos en la descripción del profesor, ya viejo, si basta con decir que era un personaje que sin duda sabía, y mucho, pero que no sabía expresar todo lo que sabía porque además de hablar en un tono muy bajo, lo hacía sin pasión? Tarsilio sentía un poquito de simpatía por el anciano pintor, pero respeto no mucho, por eso del tono de voz y la poca pasión. Pero igualmente seguía asistiendo porque estaba seguro de que aún le faltaba mucho por aprender. Pintar no se trataba de algo innato, no señor, debía, según él, adquirir técnicas..., que si utilizar la iluminación a su favor, que si cómo mover el pincel sobre el lienzo, que si los planos, que si el estilo, que si la simetría, que si la profundidad, que si las nuevas técnicas con cepillo (haciendo gala y mención al nombre de la institución), que si la regla de la sección dorada, que si el relieve, que si la mezcla de colores y la gama cromática, que si por algo lo llaman arte... en fin, era mucha y muy importante información y no debía perderse ni un solo detalle. Así es que Tarsilio soportaba dos veces por semana el tono grave y monótono del profesor, lo seguía atento, anotaba en una pequeña libreta cuanto podía, y cuando no tenía la oportunidad de anotar, porque tomaba en una mano el pincel o el cepillo y en la otra la paleta de colores, iba guardando en su memoria y organizando cada una de las palabras pintadas pronunciadas por el aburrido maestro. Tarsilio, sin embargo, estaba lejos de ser el mejor del taller. Era, digamos, mediocre. Pero tenía toda la intención de superarse, o al menos eso repetía siempre. A quienes podía iba preguntándoles qué tal me quedó este lienzo, qué tal aquel otro, que estuve toda la noche trabajando sobre él, que te lo regalo, que si te gusta, te lo llevo y lo colgamos en tu sala. Mucha gente lo ignoraba, sonreían y lo ignoraban ("tampoco como para colgarlo en mi sala", pensaban). Otros, sobre todo sus amigos, sus verdaderos amigos, lo elogiaban para alentarlo y para que se le quitara un poco la angustia. Y él lo sabía. Le enorgullecía tener amigos que lo alentaran, aun sabiendo que su trabajo no era el mejor. "Todavía me falta tanta técnica", se lamentaba diariamente, aunque esperanzado. Y continuaba yendo, perseverante.

En CEPILLADO, Tarsilio tenía un compañero de taller cuya descripción detallaremos fielmente para lograr que el lector capte el enorme desagrado que nuestro angustiado sentía hacia él. Este personaje, el casi autoproclamado rey de la pintura contemporánea, aparte de gordo, feo (o no tanto, pero que con la actitud parecía el hombre casi más feo del mundo entero) y de uñas extrañamente largas ("¿no le molestarán para pintar?", se cuestionaba con frecuencia Tarsilio), se creía, en efecto, que le habían otorgado un puesto inamovible en el reinado del color, cuyo tono del trono estaba aún por definir. Tenía un tono de voz que opacaba al de cualquiera que estuviera a su alrededor, y no tanto. Un tono de voz tan peculiar, tan penetrante, tan fuerte y elevado, que retumbaban las paredes, el techo (con todo y ventilador), las ventanas, los caballetes, los pinceles, los lienzos... y la grave, aburrida y sosa voz del profesor se veía aún más aplastada, arrasada, apartada, minimizada. Lo cual molestaba no sólo a Tarsilio (o al menos eso pensaba él), sino al resto de los asistentes. Este hombre muy blanco, cabello también muy blanco, nariz muy perfilada, de lentes, que usaba siempre sandalias con jeans (hiciera frío, hiciera calor, lloviera, hubiese tormenta eléctrica y/o un enorme etcétera), barba muy bien cortada, enmarcando su cara regordeta..., siempre, léase bien, siempre tenía algo que acotar. Algo que criticar, algo que hacer sobresalir, algo que hacer notar.


El rey del color, porque Tarsilio olvidó siempre su nombre o más bien nunca se interesó en aprenderlo, apodándolo para siempre El rey del color, corregía y juzgaba el trabajo de todos y daba, de forma muy tajante, opiniones que nadie le pedía. Incluso corregía al viejo maestro que sí era un verdadero rey del color en la pintura contemporánea, aunque no supiera muy bien cómo transmitir el legado, como coronar a sus alumnos. Cada vez que el anciano maestro y El rey del color tenían alguna discusión, Tarsilio hacía como que se le caía el pincel para  poder asomarse fuera del caballete y observar los ojos centelleantes del viejo al hacer valer su opinión frente a la de El rey del color quien, por su parte, no hacía más que interrumpir, elevar un poquito más su tono de voz y resoplar molesto por la nariz, como haría un caballo antes de prepararse para salir corriendo (como le provocaba hacer a Tarsilio cada vez que se desataba alguno de estos debates en el salón), alegando dicho rey que por supuesto él poseía, con certeza, la razón. Clase tras clase Tarsilio se cuestionaba acerca de la presencia del gordo rey: "¿para qué viene, si ya sabe todo y más?", "¿por qué viene a perder el tiempo, a hacernos perder el tiempo y a corregirnos, en lugar de dictar su propio taller?", "¡veremos qué dice ahora el insoportable!", "¡qué tono de voz, qué atropelladas sus críticas, sus frases insensatas", "¡qué descaro, cómo logra interrumpir constantemente la clase haciendo sonar y jugando con los pinceles contra el lienzo!"... Por más que Tarsilio intentó ignorarlo, hacer caso omiso de su presencia, nunca mirarlo a la cara, para evitar mostrar algún interés en sus opiniones y razonamientos (que  en ocasiones bien fundamentados parecían, a pesar de toda la petulancia), evadirlo a la entrada o a la salida del taller, El rey del color siempre le seguía pareciendo insoportable y que opacaba cada una de sus clases post - mirada de pecera y post - cerciorarse de que "esta vez sí la limpiaron".

Una noche, cuando el maestro pidió a una de las alumnas que mostrara su pintura y que fuese detallando por qué había empleado tal o cual técnica, o por qué se había inclinado hacia tal estilo de representación, ella, antes de comenzar, le advirtió al rey: "Por favor, si vas a criticar, intenta que esa crítica no sea tan despiadada", y prosiguió. Tarsilio, quien en ocasiones era muy sensible y empático con sus compañeros de taller (aunque éstos ni lo imaginasen, porque Tarsilio no saludaba ni se despedía, siquiera, de ninguno de ellos), bajó la mirada, previamente avergonzado por la potencial crítica del inicuo rey. La alumna agregó que le daba algo de vergüenza exponer ella misma su obra, tras lo cual el maestro la alentó diciéndole que allí no había curadores que la analizaran, así que ella debía defenderse sola. Ella dijo que no sabía expresarse muy bien verbalmente, que por eso precisamente pintaba, pero el maestro volvió a alentarla. La alumna, por su parte, se defendió bastante bien en su exposición, alegando que iluminó así, empleó pinceladas sueltas y ligeras allá, mezcló colores acá y buscó equilibrio en la composición de tal manera, cual Velázquez, empleando la armonía de tonos de tal o cual forma; logrando captar la atención no sólo del maestro, sino de todos los asistentes, incluso la de El rey del color. Como esta vez el curioso e insufrible personaje no tenía mucho qué corregir, sólo se limitó a añadir: "Ahh, es que eres una de las típicas que dice que no sabe hacer tal o cual cosa, pero que después demuestra que la sabe hacer muy bien, en función de que los demás resaltemos, precisamente, lo bien que lo hizo". Silencio sepulcral, tras el desubicado comentario, después de todo, los seres humanos  más inteligentes tienden a ignorar al prepotente que siempre cree tener la razón. Así decía la abuela de Tarsilio. Y él, siempre recordaba sus sabias palabras.

Otra noche, al término del taller, Tarsilio tomó una determinación: se propuso perseguir al rey, al de las sandalias, al de la chiva blanca, al de las uñas desagradablemente largas, aunque no sucias. Perseguirlo no para acosarlo, ni para golpearlo, sino para intentar entenderlo. Así pensaba Tarsilio. Quería saber cómo vivía, con quiénes convivía, si tenía animales o plantas, si era a su vez profesor de arte, le intrigaba sobremanera el origen, desarrollo y posible muerte del hombre en cuestión. No pensaba matarlo, aunque ganas no le faltaran, además si hubiese querido hacerlo, no sabría cómo. Con esas angustias que lo atacaban, ¿cómo iba a poder manipular un cadáver hasta hacerlo desaparecer, si siempre parecía sospechoso con esas carreras que se mandaba?, ¿cómo sería entonces si de verdad llegara a convertirse en un culpable? Así que asesinar estaba descartado, al igual que suicidarse ("tampoco para tanto", decía, aunque ya comenzaba a volverse una obsesión convivir con la presencia de ese hombre en el salón, en su salón). Pero Tarsilio sólo quería entender. El rey del color, esa noche, salió un tanto apurado, daba algo de risa verlo caminar, bamboleante, de un lado a otro, cuando imprimía velocidad a sus pasos. Tarsilio iba detrás, a una distancia no tan prudencial, total, podían tomar el mismo rumbo, ¿no? El regordete se detuvo en seco y Tarsilio ahogó, cuanto pudo, un sorpresivo suspiro. El rey sacó del bolsillo derecho de su pantalón el celular y lo atendió: "Sí, diga, diga, no se escucha, intente de nuevo". Al segundo intento: "Sí, ah hola, salgo para allá, en media hora estoy, ¡muchas gracias!". Tarsilio, mientras tanto, un poco asombrado por la amabilidad con la que el otro había atendido la llamada, se quedó viendo una vidriera llena de muñecos de porcelana que asustarían a cualquiera que no fuese él, quien se había acostumbrado a una imagen que estuvo siempre colgada de la pared del cuarto de su abuela, protagonizada por unos muñecos muy similares, pero con caras algo diabólicas. Así que estos le parecieron incluso simpáticos. Luego, reanudó su marcha, tras el rey coloreador. Éste apuró todavía más su paso, casi trotando, se detenía cada dos o tres esquinas a tomar un poco de aire, ya que la barriga le apretaba hasta los pulmones (así pensaba Tarsilio, y reía para sus adentros).

Luego, el rey detuvo un taxi y se subió. Cual película, Tarsilio tomó un taxi, a su vez, y le indicó (cosa que siempre quiso hacer) al conductor que acelerara y siguiera al otro taxi, sin dar muchas explicaciones, sólo acotando que había olvidado entregarle a su padre unos pinceles que dejó olvidados en el instituto. El taxista, a quien mucho la explicación no le importaba, hizo caso omiso de la misma, y emprendió su rumbo, total, él siempre quiso seguir otro auto, como ocurría precisamente en los films. Al llegar a su destino, el rey coloreador bajó del taxi aún más apurado y Tarsilio, a su vez, lo siguió.



¡Cuál no fue la sorpresa de nuestro angustiado perseguidor! El rey de la arrogancia colorífera, bastante apurado, casi corriendo, entró en una galería de arte, cuyo pasillo hacia la izquierda, lo dirigía a una habitación separada, repleta de espejos de todo tipo (ovalados, cuadrados, rectangulares, grandes, minúsculos), en la cual saludó, efusivamente, a un vendedor, estrechando su mano con afecto. Éste se encontraba claramente agradado de ver al rey, quien por su parte se había detenido frente a uno de esos espejos, después del saludo, había dejado caer sutilmente al lado de su pierna izquierda el maletín con los elementos de pintura empleados, se había acomodado la barba, le había sonreído a su graciosa y robusta imagen, había hecho una pregunta inaudible para nuestro perseguidor al vendedor, el cual, al responderle, acotó: "Para ti 300, 20% de rebaja, una ganga, por ser siempre mi gran crítico de arte al que nunca escucho y al que probablemente nunca escucharé, mi potencial curador, mi amigo de la infancia, Tarsilio".          

domingo, 1 de abril de 2012

La enfermera

El ex convicto es invitado a una reunión, no llega entre los primeros, se hace un poco de rogar. Se aparece, de hecho, un poco más tarde. Es la primera reunión a la que asiste, después de cumplir su condena. Ha sido dejado en libertad aproximadamente un mes antes de ese evento. El ex convicto es muy delgado, estatura promedio para un suramericano, atractivo, buen cabello, buena sonrisa, mirada penetrante. El ex convicto sonríe, tímido, al presentarse a los desconocidos en la reunión. Los presentes ignoran que estuvo en la cárcel 364 días. Le sonríen, a su vez, tras un saludo fugaz con la mano. La mujer del ex convicto (quien sí sabe su secreto), había llegado antes que él para ayudar a su mejor amiga con los preparativos y lo esperaba ansiosa. Al verlo, lo saluda, animada. El ex convicto se sitúa en un punto del apartamento, que le permite tener una visión global de todos los presentes, de todo lo presente. El ex convicto disimula su nerviosismo, conversa con todos, se expresa muy bien. Una brasileña invitada, quien llegó prácticamente a freír los tequeños, saca una pequeña bolsa de su cartera. La bolsa contiene marihuana. Propone a los presentes divertirse un poco, casi todos se unen, ansiosos. El ex convicto sabe muy bien armar el porro. Lo prepara con sutileza, casi con ternura, se toma su tiempo, abre el papel, coloca la hierba triturada, la distribuye con calma, comienza a darle forma al porro, haciéndolo girar despacio y apretándolo en uno de los extremos: "ya está listo, vamos a volar". Así ha concluido. Algunos de los presentes, unos menos tímidos que otros, se acercan veloces, saben que se agota muy rápido. La mujer del ex convicto lo observa con atención, con admiración. Ella no prueba. Sabe que de ese arte puede disfrutar en otro momento, ahora es tiempo de los otros, no de ella. El ex convicto se siente admirado, se hincha un poco de orgullo al saber que todos lo rodean, todos lo esperan. Él, por su parte, se mantiene silencioso, es un momento de disfrute, no de griterío. Otra de las personas presentes toma el iPod entre sus manos y empieza a buscar canciones propicias para el momento. Todas resultan propicias. Al fin y al cabo ya cada quien está escuchando sus propias melodías. Muchos empiezan a reírse más de lo acostumbrado, a alguno hasta se le ocurre hacerse ahora el gracioso. Otros dormitan en el sillón. El ex convicto sólo le ha dado dos jalones, lo disfruta, callado. Recuerda que ha traído su propio alimento. No confía mucho en la comida que sirven en las fiestas o en las reuniones, e incluso ni siquiera en las casas de familia. Esa costumbre le viene de la cárcel, del rechazo que sentía por la comida allí servida. Entonces, generalmente, prepara él su comida o la compra en establecimientos de fast food, porque sabe que la cocina está en continuo movimiento. Tiene sus manías, como todos. Como ha recordado que la ha traído, empieza a buscar un lugar en la sala en el que pueda sentarse en paz y saciar su hambre, ahora más intensa, debido a las pitadas. Su mujer se acerca, le pregunta si necesita algo, un plato tal vez, él niega con la cabeza, dice que se irá pronto, que no quiere comer allí, delante de los otros. Ella, un tanto cabizbaja, le pide que se quede un rato más. Él niega con la cabeza, terco, obstinado. Sin embargo, la quiere. Y como la quiere tanto es capaz de aguantar el hambre, esperarse un poco más, compartir en el sillón uno o dos temas con los otros y luego irse. Irse en serio. No flaquear ante la mirada suplicante de ella. Ella lo comprende, siempre sumisa lo comprende. No exige más. Pero en sus adentros desearía que él no se apartara más. Nunca más. El ex convicto lo sabe, no únicamente porque ella se lo ha confesado en las largas noches de amor post - cárcel, sino porque él la conoce tanto que lee sus gestos, su mirada esquiva, los movimientos de sus brazos caídos, cansados, abatidos. Ella está ahora abatida. "No es nada personal, sólo quiero irme". Ella entiende. Siempre lo ha entendido. Lo besa con cariño, casi como lo besaría su madre. Le acomoda un poco el largo cabello hacia atrás y lo deja ir. Él lee (o cree leer) algo distinto en la mirada resignada de ella. No lo ignora, se va con ese pensamiento dando vueltas en su cabeza. Ella está evidentemente decepcionada. Esta noche era de ellos dos, de sus amigos, de todos. Él lo ha arruinado. El que trajo el ron se le acerca a ella, después de la partida del ex convicto, y le ofrece un trago. La mujer lo acepta. Acepta uno, dos, tres, cuatro rones. Ya no está muy segura qué ha pasado. Sólo sabe que él no está. Pero ya no le importa tanto como cuando estaba sobria, ahora logra escuchar la música, se relaja. Le pide a uno de sus compañeros que le alcance un libro de la biblioteca cercana al balcón (Gonzalo Torrente Ballester - Filomeno, a mi pesar. Memorias de un señorito descolocado), le ha llamado la atención el título. La reunión continúa.  

El ex convicto está de vuelta en casa. En su casa. En su mesa. Ahora, cena. Retira los restos, va a su habitación. Vuelve a armarse un porro. Esta vez no tendrá que compartirlo, eso lo reconforta. Corre a la cocina a los diez minutos de haber dado la última aspiración, se come una tableta entera de chocolate de taza. Regresa al cuarto, se duerme en seguida. Ella, su esposa, ha ido a bailar con los otros. Todos, un poco borrachos, están disfrutando bastante la noche. Muchos hombres la miran, la desean, es de una belleza natural envidiable, su único defecto, apreciable a simple vista, es que tiene un hombro un poco caído, producto de una rotura de clavícula un tiempo atrás. Le llueven propuestas, a todas se niega. Ama mucho al ex convicto.

Al siguiente día, el ex convicto la enfrenta, le pregunta por qué ha ido a bailar, qué esconde (recriminándole la mirada suplicante de ella la noche anterior, "una mirada que escondía algo, de seguro"), por qué no lo ha acompañado a casa. Ella, nuevamente sumisa, ofrece disculpas. A él realmente no parece importarle. Nunca parece importarle nada que no venga de su propio ser. Los pensamientos, acciones y opiniones si no los creó él, si no los ingenió él, carecen de relevancia. Los sentimientos de ella poco importan, únicamente cuando está verdaderamente molesta, le presta atención. Pero esto último casi nunca ocurre... Cuando van a dormir, ella casi no se mueve, su respiración es lo único que se siente, cualquier movimiento brusco, y no tanto, lo sacan a él de forma repentina del sueño, lo cual lo molesta sobremanera porque le cuesta bastante quedarse dormido nuevamente. Ella lo sabe, por eso lo respeta. Nada de dormir abrazados, nada de incomodarlo, nada de acercarse mucho, "que me da calor, me siento asfixiado". Ella yace siempre en el lado derecho de la cama, cerca de la ventana, así por lo menos puede ver a las parejas pasar, abrazados o tomados de la mano, mientras él duerme (o hace el intento de). Se desvela por días y noches enteras, hay semanas peores que otras. Por eso ella cede tanto, lo comprende tanto. Ella no es una mujer tonta (contrario a lo que pudiera pensarse, por ser tan sumisa). Sabe bien lo que quiere, por eso es capaz de soportar muchas cosas. La paciencia es una cualidad que ha aprendido a desarrollar a lo largo de su vida, sobre todo este último año, durante la ausencia de él. Está, además, perdidamente enamorada. Sabe que el crimen que su esposo cometió era necesario y, de alguna manera u otra, justo. Sabe, además, que no había otra manera de resolverlo. Él en las mañanas siempre quiere su dosis de amor. Ella no tanto, pero nuevamente cede. Lo que sí le gusta es que la abrace fuerte, él la complace, por treinta segundos pero la complace. Luego, comienza cada uno su día.

En su lugar de trabajo (el hospital) le han preguntado a ella muchas veces por qué estuvo él tanto tiempo ausente. Ella siempre sabe cómo relatar la mentira. No se le escapa ningún detalle. "Mi esposo trabaja para una organización no gubernamental, donde ayudan a los inmigrantes a conseguir empleo y a no dejarse explotar por los grandes empresarios. Protege a sus familias, los intereses de los obreros y, además, se encarga de velar porque las condiciones ofrecidas se cumplan a cabalidad. Tuvo que ir a hacer un curso a Panamá, donde todo lo referente a leyes y derechos de los trabajadores está verdaderamente bien estudiado. No cualquiera es admitido en el curso, que tiene un programa muy intensivo y demandante. A los postulantes los hacen presentar una prueba psicotécnica que incluye además uno que otro examen que no es revelado a aquellos que no estén dispuestos a llevar a cabo el curso con la entrega correspondiente. No cualquiera es admitido, seleccionado. Sólo aquél con mucha convicción, con real vocación. De hecho, la entrega al proyecto es tal que exigen que el postulante y potencial integrante del proyecto no se comunique con su familia (y amigos muy cercanos) sino una vez por semana vía correo normal (nada de Internet) para no desviarse de su tarea social, para evitar distracciones y flaquezas. Mi esposo, después de duras pruebas y de haber redactado una difícil carta de petición (tal cual un becario común) fue seleccionado en este maravilloso programa social, que es siempre un tanto misterioso, ya que hay muchas cuestiones de poder involucradas. Las grandes instituciones tiemblan frente a este tipo de proyectos, así que es mejor que pasen desapercibidos. De ahí que mi esposo durara un año ausente. Todo esto puedo contarlo ahora, porque ha sido exitoso. Ahora será mucho más difícil que los explotadores de antaño sigan aprovechándose tan ingeniosamente de la mano de obra inmigrante". Allí termina su relato, allí su mentira. Todos sus compañeros de trabajo, lo admiran, la admiran a ella, por tener un esposo así. "¡Qué vocación!" exclaman algunos, "¡cuánto desinterés por lo material!" proclaman otros, "¡demasiado sacrificio, yo no sería capaz de una cosa así, de entregar todo un año de mi vida para satisfacer a un grupo de desfavorecidos, cuán admirable es!", dice otro (su jefe). Ella, por su parte, no hace nada más que sonreír tímidamente, agradecida por los cumplidos. Para imprimirle dramatismo y entusiasmo al cuento, en ocasiones muestra una mirada nostálgica de aquellos días de soledad, muestra unos ojos vidriosos a punto de soltar par de lagrimones y baja la mirada, planteando que mejor cambien el tema, que incluso le da vergüenza no haber aplicado junto con él a ese programa, se siente un poco indigna al estar a su lado, no siente que lo merece. Los demás, la apoyan caritativos, compasivos.

El ex convicto, por su lado, trabaja en un hostel, atiende en la recepción, le va bien ahí. Logra caerle bien a casi todo el mundo y tiene la ventaja de dominar dos idiomas a la perfección, aparte de su lengua materna. Esos dos idiomas los estudió en su casi año de prisión. Cabe acotar, que es muy rápido mentalmente. Tiene facilidad de palabra, es afable, hasta parece bonachón. Está traumatizado por ese período de claustro, entonces tiene otros problemas aparte del sueño, la comida y la marihuana: No confía en absolutamente nadie. Esto último es una ventaja para el dueño del hostel, quien confía a su vez a plenitud en el ex convicto, porque sabe que sería incapaz de dejarse timar por "alguno de esos adolescentes extranjeros, medio locos, que vienen a quedarse aquí y lo único que hacen es desorden". Claro está que el dueño del hostel no tiene idea del pasado del recepcionista.


Una noche en que ella regresa a casa, vuelve a sucederse una escena similar (pero con un ligero matiz) a la que originó el encarcelamiento de su esposo. Pasa por una licorería, se compra una botella de ron, unos chicklets de yerbabuena (sus favoritos) y, en un abasto cercano, una bolsa de limones. Va a su casa, prepara sus acostumbrados tragos y bebe (como siempre) de más. El ex convicto llega a su vez, la ve en ese estado y se retira muy molesto a la habitación. No le gusta cuando ella toma, pero no puede decirle nada, porque él también tiene sus vicios (eso ella siempre lo recalca). Ella, ebria, pero no demasiado, se acerca a la habitación invitando a su esposo a que la acompañe en su bebida, él se niega rotundamente y allí comienza la pelea: Que si tú nunca quieres hacer ninguna de mis actividades, que si no me acompañas, que si te ves ridícula con ese vaso en la mano, que si no entiendes que vengo muy cansado, que si la música está muy alta, que si qué te crees tú, ¿mi papá?, que si hueles a hombre, bien sé dónde estabas metida, en una de esas fiestecitas con tus amigotes del trabajo, que si tú no piensas en que también necesito un descanso, que si tú crees que soy estúpida, sé exactamente quiénes albergan en los hostels... y un sinfín de reproches más. Como las cosas se van usualmente de control, él ya sabe cómo reaccionar, la saca sutil y disimuladamente del cuarto, se encierra con llave y la deja durmiendo en la sala. Al día siguiente, el tornado habrá pasado, como siempre, como casi todos los viernes, como casi todos los sábados, e incluso uno que otro domingo. Pero esta vez olvida (como hace un año y pico) cerrar con seguro la puerta de la habitación.

Ella, quien ya se ha servido el sexto o séptimo trago, regresa golpeando la puerta de la habitación y, al no recibir respuesta, suelta la botella que tiene en la mano derecha e intenta, con fuerza, abrir la manija. Lo logra. Con el vaso en la mano izquierda, sin cuidar que lo que queda en él no se le derrame, recoge la botella, se acerca al ex convicto, sigilosamente, y lo ataca por la espalda. Él, que se encuentra bastante relajado e inmerso en una nube de humo, no se percata de la presencia de ella y, repentinamente, siente un dolor punzante en la cabeza, producto de un botellazo propinado a sus espaldas. Como hace un año y pico él, algo atontado y muy adolorido, se voltea, intenta dominarla, pero ella, fuera de sí, no se lo permite. Comienza una lucha en la que el ex convicto evita golpearla a toda costa, pero se torna prácticamente imposible porque, inexplicablemente, su esposa posee una fuerza extraordinaria que deja traslucir cada vez que presenta alguno de estos episodios y, además, lo sigue amenazando con la botella (ahora rota) que utilizó segundos antes. Él se angustia, se desespera, al rememorar exactamente casi la misma escena... aturdido y ahora más adolorido, la toma fuertemente de los brazos y la empuja contra la pared más cercana, provocándole un aparente desmayo. "Esta vez ha sido peor que las anteriores", piensa tristemente. Ordena el desastre, limpia su herida, le retumba fuertemente la cabeza. No se le quiere acercar mucho, desea que yazca un tiempo más antes de hacerla reaccionar, a él dentro de todo le gusta el silencio, es algo que ella nunca le permite disfrutar. Suspira hondamente, casi resignado, se dirige hacia la sala, apaga la música estruendosa, lava los vasos, bota la basura, regresa a la habitación y barre los vidrios. No se cerciora del rastro de sangre en la pared, ni del charco que empieza a formarse alrededor de ella.

          

jueves, 29 de marzo de 2012

De lo que todos hablan en cualquier momento

A continuación transcribiré un extracto de una obra de Honoré de Balzac, quien aun habiéndose avergonzado de sus primeros escritos, nos regaló siempre majestuosidad en cada una de sus frases, incluso cuando en sus novelas no se enfocara únicamente en la historia francesa... Pero antes, quisiera exponer algunas ideas acerca del sentimiento del que hablamos todo el tiempo, del que creemos saber todo, al que creemos deberle todo y que inunda nuestros pensamientos, acciones e intenciones mundanas: El Amor

No pretendo definirlo ni mucho menos, sólo quiero anotar algunas frases sueltas, venidas a mi mente, e inclusive copiadas de las mentes de otros, tras la lectura de un cuento de Clarice Lispector (La mujer más pequeña del mundo), en la cual deja entrever que el amor no siempre está vinculado con algo bueno. Y estoy de acuerdo. El amor, en ocasiones, puede ser muy cruel. Pero no necesariamente por su contrario (el desamor, el amor no correspondido, la indiferencia, o como queramos catalogarlo), sino porque a veces el que ama lo hace de una forma tan intensa y egoísta, que al amado no le queda más remedio que resignarse, ya que luchar contra un sentimiento de posesión de tal fuerza, resulta prácticamente imposible. El que ama, asfixia, y el amado es irremediablemente asfixiado. Cuando hay correspondencia, la relación se vuelve más sutil, pero no perece. Muchos definen el amor vinculado con otros sentimientos y sensaciones como lo son el placer, el gozo, la satisfacción, la calma, la tranquilidad, la armonía, la caridad, la renuncia, el sacrificio, la música, la bondad, el orgullo, la entrega, la negación de las propias pasiones en función de agradar al otro, el ensueño constante, la posesión, la manipulación, el hecho de ceder a las decisiones del otro, el entusiasmo, la motivación, la admiración y un infinito etcétera. 

Lispector, por su parte, en el cuento arriba mencionado, lo expone con simpleza: "¿quién no deseó alguna vez poseer a un ser humano solamente para sí? Lo que, en verdad, no siempre sería cómodo, porque hay horas en que no se quiere tener sentimientos". Yo no tengo mucho más que añadir, quizá sí expresar que amar es siempre satisfactorio cuando hay la misma cantidad de tensión de lado y lado. Cuando ambos halan la cuerda con la misma fuerza, pero quién sabe si esto último sea sólo eso: una frase que deriva en la utopía. No quería referirme únicamente al amor de pareja, sino al amor en general, el que se siente por un amigo, por un familiar, por los animales, por la propia naturaleza, por los objetos, por uno mismo... en fin, pero el de pareja es el que termina dominando las conversaciones de los occidentales la mayor parte del tiempo... ¿no es cierto? Por ello, quise dedicar la nota a estas líneas de Balzac que, a su vez, me llevan a cuestionarme: Si nunca sentí esto... ¿vale la pena estar viva? Lo pongo en duda.

Béringheld a Marianine: 

"- ¿sabes lo que es el amor? - Aunque lo supiera, me gustaría ignorarlo, para oír siempre cómo lo describes tú, y aprender de ti si es verdad o no que te quiero.

Con estas palabras, Marianine dejaba perfectamente claro que sabía de lo que estaban tratando. Pero la naturaleza otorga a las mujeres ese arte de expresar lo que sienten mediante palabras que parecen decir precisamente lo contrario. 

- Marianine, amar es dejar de vivir para uno mismo; es conseguir que todas las pasiones humanas, temor, esperanza, dolor, alegría, placer, no dependan más que de un solo objeto; es sumergirse en el infinito y no ver nunca los límites a los sentimientos; es consagrarse a un ser de tal manera que sólo se viva y se piense para hacerle feliz; es encontrar grandeza en la humildad, dulzura en las lágrimas, placer en las penas y pena en los placeres; es, en definitiva, reunir en uno mismo todas las contradicciones. 
- ¡Entonces, te quiero! - susurró Merianine. 
- Es - prosiguió Béringheld exaltado -, vivir en un mundo ideal, magnífico y lleno de esplendor, porque hasta el cielo es más puro y la naturaleza más hermosa. Sólo puede haber dos maneras de ser y dos formas de dividir el tiempo: porque si las flores estás mustias, por muy puro que sea el azul del cielo, todo parecerá agostado. Es como si el mundo no contuviera más que un solo individuo: esa persona sería el universo para los enamorados... 
- ¡Te amo! - repitió Marianine. 
- ¡Amar! - gritó Béringheld, con la cara enrojecida por el derroche de toda la energía de su alma-. Amar es tener mil cosas que decirse cuando no hay un instante para verse, y no decir nada cuando se está cerca de la persona amada; es dar tanto como se recibe para esforzarse mutuamente en dar más y luchar con sacrificio. 
- ¡Estoy segura de quererte! - respondió Marianine-, cuya mirada extática habría hecho creer a cualquiera que era capaz de escuchar a través de sus ojos. 
- ¿Estás segura, Marianine? - dijo Béringheld. 
- ¡Sí! - respondió ella, sonrojándose. 
- Entonces, que sepas que estás destinada a sufrir penas y lamentos por una mirada o una palabra". 

Más adelante, tras la declaración de profundo amor de Marianine hacia Béringheld: 

"- Marianine, eso es lo que tú te crees en este momento, y de buena fe, no lo pongo en duda. Pero, pasados algunos años, ya no me amarás. ¡Desde luego no a mí, que siempre he soñado con el amor eterno! Tal amor no puede vivir en una naturaleza humana que, a cada minuto, parece adoptar una nueva existencia. Así que ni intentes serme fiel. Ni lo exijo, ni lo espero de ti...

- ¡Béringheld! Por esa luz tan pura que cubrirán las nubes, por estas rocas inmutables, por este lugar sagrado para mí, por toda la naturaleza, ¡juro que no he de amar más que a ti! Y en este altar, iluminado por el astro de la noche, me desposo contigo para siempre jamás... ¡Vete! Aunque hubieran de pasar más de veinte años, a tu regreso, encontrarías que tu Marianine te ha sido fiel, eso si el dolor de estar separada de ti no la ha inducido antes a la muerte. ¡Adiós!". 



¿Quién se anima a opinar sobre tan controvertido tópico? 

         

Pícaro paladar

Somos un grupo de cuatro. Estamos en el mar, ¡qué día soleado!, exclama Número 1, Número 2 asiente con un movimiento rápido de cabeza, mientras Número 3 y yo nos zambullimos, salimos a la superficie, volvemos a zambullirnos, aguantamos la respiración y nadamos ligeros. El sol está particularmente intenso hoy, por lo cual la playa está repleta de gente. Curiosamente, tenemos el sentido de la visión muy bien desarrollado y, por lo tanto, podemos observar a grandes distancias, e inclusive percibir detalles que para otros serían insignificantes: A lo lejos, se divisa un grupo de gorditos jugando con una pelota de volleyball. Hacia el lugar de las sombrillas, a la izquierda de la playa, algunos más pequeñitos construyen (o más bien, intentan construir) cosas con la arena, ellos dicen que "castillos", nosotros pensamos que no pueden estar más alejados del arte en este momento. Pero igualmente, se ven tiernitos. A nuestra derecha, a unos 15 metros de distancia, hay un bote. En el bote, debe haber aproximadamente unas 8 personas, 4 regordetas, 3 muy delgadas y 1 normal. Nos divertimos así: escogiendo quién luce de una manera, quién de otra. No distinguimos el sexo, únicamente su peso y la actividad que realizan. 

Número 3 es el más chistoso de nosotros, siempre dice que se ha sentido atraído por los más delgados, pero que sabe que en los más rellenitos "hay más sabor". Es muy caribeño Número 3, siempre tiene esas salidas musicales que nos alegran tanto a los otros. Nos conocimos un día por casualidad, nadando, Número 2 y Número 1 siempre son los más rápidos, pueden nadar kilómetros sin inmutarse, pero estoy dispuesto a asegurar que soy el más ágil de todos. No hay día en que no consiga el objetivo deseado, admirado. Todo gracias a que sé limitar la fricción contra el agua, haciendo mis desplazamientos mucho más fluidos. Ellos me aplauden, yo, me inflo de orgullo. Pero, aunque siempre he sido así, un poco arrogante, los admiro mucho a ellos. La velocidad, la agilidad para hacer de todas las situaciones un evento divertido y risible, son aptitudes y actitudes de las cuales, lamentablemente, carezco. Sin embargo, entre los 4, hemos logrado hallar un equilibrio tan armónico que desde hace un par de años somos amigos inseparables, y no sólo nos respetamos entre nosotros, sino que compartimos nuestras vidas casi a diario... Nos encanta nadar en lo profundo. El mar siempre salado, majestuoso, nos llena de calma, nos consuela, nos arrulla. Conocemos a otros, compartimos todos. Es muy hermoso este lugar. Es muy cálido, muy acogedor. Nos conmueven mucho los surfistas, ¡qué osados, qué valientes! Número 1 siempre se les queda viendo con los ojos bien abiertos, como embobado, como en medio de una ensoñación. A mí me gustan esos túneles que lograr armar con las olas, no debe ser tarea fácil ayudarse apenas de una tabla para lograr tales ondulaciones, tales espirales. 

Hay momentos en los que nos gusta más nadar en la orilla, allí sin duda sentimos menos libertad pero tenemos mejor visión y logramos, sin apuro, con detenimiento y clasificación, determinar qué persona, de las que están cerca de nosotros, nos atrae más. Número 3 siempre con sus chistes y sus enormes dientes torcidos, acompañando cada una de sus payasadas, nos hace prácticamente llorar de la risa y Número 2, el más recatado, silencioso y sigiloso, a veces nos exige un poco de discreción. Como no tiene muy buen carácter, guardamos silencio por algunos minutos, y luego empieza el bochinche otra vez. A veces, cuando estoy solo, miro el cielo y recuerdo algunas de nuestras salidas anteriores y sonrío. ¡Cómo nos encanta este lado de la playa! Las voces, unas lejanas, otras más cercanas, los gritos de los más grandes sobre los pequeños cuando se alejan de la orilla y se van mucho "hacia lo hondo", los pelícanos al ras del agua, escogiendo su presa, las nubes y sus formas caprichosas, el viento a veces hacia una dirección, a veces hacia otra, el sonido de las olas contra las piedras de eso que ellos llaman "malecón", el verde de algunas palmeras, los cocos caídos, el olor de la sal... la gente. 

Ocurre algo inesperado: Alguien del bote nos ha visto, nos pone mala cara y nos señala (quizá porque nos hemos acercado mucho a su espacio). Los demás, también empiezan a señalarnos, incluso a gesticular más de la cuenta y a uno de los más delgados se le ocurre lanzarnos algo. Nosotros no sabemos identificar muy bien qué es y tratamos de esquivarlo, ahora se ha roto la calma que nos guiaba en este día caluroso e iluminado, ahora estamos disgustados por esa reacción violenta de los dueños del bote. Minutos antes, Número 2 nos había comentado que, de pronto, se encontraba muy hambriento, nos había mirado malhumorado, había dejado de reírse de las bromas de nuestro compañero y había propuesto que nos retiráramos a buscar algo de comida. Pero ahora, tras el asalto de los del bote, nos pide que lo acompañemos a saciar su hambre, ya no tan lejos del lugar en el cual nos encontramos. Asentimos, un poco desconcertados por el griterío que empieza a formarse a nuestro alrededor, les digo a Número 3 y a Número 1 que cerca de la proa, donde están los 4 regordetes comiendo empanadas, es posible que encontremos algo para aplacar el antojo de Número 2. Nos acercamos más, incluso tranquilos, sin mucho aspaviento, no nos gustan los grandes escándalos, el sol calienta nuestra aleta, el agua salada impregna nuestra boca, miramos fijamente al regordete 1 y al regordete 3, escoge cada uno su víctima, nos abalanzamos sobre el bote, griterío y desconcierto opaca la serenidad del mar, los 3 delgados buscan redes, arpones, nos lanzan sus latas de cerveza helada, no logran dominarnos, leemos desespero en sus miradas, se alborota ahora mi hambre, la de Número 3 y la de Número 1, la saciamos...

Yo escogí al normal, antes de que terminara de pronunciar, entre alaridos, el nombre de nuestra especie. Sangre, latas, mallas, pedazos de madera, aceite, serenidad. Los otros, tras el innecesario enfrentamiento, se han retirado. ¡Qué ganas de echar a perder los domingos!